En la edición de papel del 30 de
Marzo, La Nación pone en tapa una nota de Mariano De Vedia titulada: La Iglesia reclama más diálogo y poner fin
a la descalificación.
Algo que nunca está de más, por supuesto. El diálogo, digo. Porque hay
muchos temas para dialogar. Pero yo, que soy un kirchnerista mal pensado,
aposté a que la oposición en pleno no se daba por aludida en este “llamado a la
cordura”. Y le acerté.
¿Alguien se topó con algún opositor que considere que tiene algo que
mejorar en su conducta con respecto al gobierno? Seguro que no. Lo que sostiene
la oposición es muy simple, (como todo lo que sostiene): La culpa por la falta
de diálogo en el país es exclusiva culpa de la “yegua”, “vieja chota”, “hija de
puta”, “medicada” y “dictadora” de Cristina.
“Objetividad” absoluta la de la oposición en pleno, como siempre. En lo
personal, soy un convencido que para dialogar hay que presentar propuestas, y
hacerlas públicas, para que no solo la dirigencia las debata, sino que el
pueblo todo lo pueda hacer.
Y digo claramente propuestas, no eslóganes con los que todos sin dudas
vamos a estar de acuerdo. Sostengo además que en los amorosos conceptos
vertidos tan asiduamente por los santos franciscanos que ahora habitan en la
oposición, tanto la mediática como la política, conceptos a los que me he
referido más arriba, no hay mucho de propuesta y si mucho de un odio descomunal
y descalificatorio en grado absoluto.
Por ejemplo, se me ocurre un tema para comenzar a dialogar: ¿cuál sería
el porcentual de la renta nacional que debería quedarse el asalariado? O ¿desde
cuándo y porque existen la pobreza y la miseria en el mundo?
Otro temita interesante para empezar a dialogar es la igualdad social.
¿Qué piensan de la igualdad? ¿Están de acuerdo? Si lo están, ¿cómo se consigue?
¿En qué estarían dispuestos a ceder para llegar a la igualdad? Si no están de
acuerdo con la igualdad, ¿porque no lo aclaran cada vez que piden diálogo?
Está claro que tienen su “razones” para tal odio. Inflación, por ejemplo.
Odian a Cristina porque la inflación se “come el salario”. Es llamativo ver
como defienden el salario aquellos que en realidad lo tienen que pagar, y de
paso, aumentan los precios, no diciendo nada por supuesto de algunas de las
posibles causas de tal inflación, como por ejemplo, La Inflación de Demanda, La
Inflación Autoconstruida y la actividad política (a través del aumento de
precios) como opositores de los formadores de precios, esto es, las cadenas de
supermercados y los monopolios productores de alimentos.
Sería genial que los “defensores de los pobres” se pusieran a dialogar
sobre un viejo argumento esgrimido por ellos, conocido por todos: “Los salarios
son inflacionarios” Por lo tanto, cada vez que hay un aumento de salarios,
aumentan los precios en el mismo porcentual, lo que sin duda, “defiende” al
pobre. ¿Estarán con ganas de dialogar sobre este tema especialmente?
Es conmovedor verlos quejarse de la pobreza. No me digan que no. Los que
siempre dijeron que “los pobres son pobres porque quieren”, que son los mismo
que aplicaron criminales ajustes en nuestro país con las consecuencias que
todos sabemos, que también siguen defendiendo la necesidad de aplicar
nuevamente un genocida ajuste en nuestra Argentina y defienden los que se están
implementando en Europa, nos enrostran ahora “Cristina no hace nada por los
pobres”. Por supuesto que nada dicen de las mejoras sustanciales acaecidas en
el país en los últimos 10 años, algo que los “dialoguistas” pueden apreciar en
esta esclarecedora nota publicada precisamente en La Nación:
Salta a la vista, a mi parecer, la clara acción opositora de dichos
monopolios u oligopolios, para ser más exactos, ya que los “inflacionólogos” no
hablan tampoco nada sobre sus responsabilidades en la monstruosa evasión
impositiva y fuga de capitales, y por sobre todas las cosas, no haciendo
públicas sus estructuras de costos, algo que deberían hacer (y ser) publicas ¿o no dicen que la “yegua”, “botóxica” y
“medicada” de Cristina tiene la culpa de la inflación? ¿Porque se niegan a
hacerlo? ¿O acaso no tienen razón?
Y que La Nación publique que esta
fue una década ganada (dicho con muchos peros, desde ya) debiera llamarlos al
diálogo, pero el odio es para toda la vida, señores.
Otro ítem productor del monstruoso odio a Cristina es la inseguridad. En
este tema, también dejan cabos sueltos, como por ejemplo, dialogar sobre cuáles
son las causas por las que pasan decenas de veces por día, en los canales
“objetivos”, un hecho delictivo y las consecuencias que estas repeticiones
podrían ocasionar en la psiquis de las personas que las ven.
Tampoco hablan del descenso del Índice de Criminalidad que ha sido muy
pronunciado en los últimos 10 años, como tampoco nada dicen de que es, exactamente,
la inseguridad y el “parámetro” que se utiliza para medirla, “parámetro” con el
cual se plantan ante la sociedad con su “gran verdad revelada”: “estamos
inseguros, y por culpa de Cristina, por supuesto”
Y ni hablar de lo que les provoca
el tema de los impuestos. Deberíamos aprovechar que están tan dialoguistas para
que nos expliquen si los impuestos los pagan de sus bolsillos o están incluidos
en el precio de producto o servicio que venden.
Al decir de esta nota de Perfil: http://www.perfil.com/sociedad/-Miami-invadida-por-los-argentinos-20130330-0072.html
pareciera que hay algunos argentinos que ya se están
salvando de la caída al abismo. Pero se están perdiendo el diálogo. En fin,
nada es perfecto.
Pero, bueno,
se salvan de la crispación. Porque si hay algo que sobra últimamente en
Argentina es crispación. Como el productor agropecuario de Entre Ríos que
jaqueado por la crispación kirchnerista se vió obligado a cometer un “abuso de
armas” a través de una inocente balacera de 23 disparos de alto calibre a un
vehículo en el que iban 4 “demonios kirchneristas”, que salvaron sus vidas gracias a que las balas
pegaron en una respetable pila de papeles, que para colmo eran de la AFIP. Pero
solo lo hizo para llamar la atención y comenzar a dialogar.
La Cris-pasión está haciendo estragos en la psiquis
opositora, sin duda. Y puede terminar en algo muy desagradable.
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